Arroyo
Albarrán, de aguas turquesas y sulfurosas, Baños de la Hedionda , donde aliviaron
su sarna las tropas romanas.
Arroyo
de mágicas historias de santos y demonios. Bajo la sombra de un enorme y
frondoso algarrobo, del que se alimentan las ovejas, te contemplo.
La
pared horadada en busca del barro terapéutico, modelada suavemente por la mano
del hombre, es testigo mudo de la fila de pececillos que cruzan la charca velozmente.
La rana, aletargada por el sol, desde la roca, en mitad del arroyo, contempla a
un puñado de zapateros, que como Moisés, andan sobre las aguas.
Sigue
su cauce, presuroso y diligente, esquivando cantos rodados que se incrustan en
su lecho. Y sigue fluyendo bajo una cubierta vegetal de cañas y adelfas que dan
sombra e intimidad al arroyo.
Frenado
por piedras coloradas, ocres y verdes, superposición rocosa de la mano del
hombre, se forman pequeños remansos de paz, donde disfrutar del baño es un
placer, un lujo, a cambio de nada.
Entre
las piedras, buscando una salida, el agua vuelve a desbordar, creando un
murmullo transparente, salpicado por el canto de los pájaros, que picotean las
moras del zarzal.
Y
el arroyo avanza bajo el Canuto de la
Utrera , superposición kársticas de enormes rocas, hasta empapar,
más abajo, las viñas de Manilva y endulzaran el mosto, que animará las fiestas de la vendimia.
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